miércoles, 11 de febrero de 2009

Balcón

Francisco S. González

TRES DAMAS, dos del PRD y de Convergencia la tercera, están dando cátedra de trabajo político fino y sostenido a los varones en La Montaña.
En Huamuxtitlán, Soledad Romero Espinal inició funciones de alcaldesa con el diálogo por delante, como cemento que cohesiona la unidad ciudadana en torno a la presidencia municipal, con un compromiso muy simple pero efectivo: respeto a la dignidad, obra pública de calidad y socialmente útil, y transparencia en la administración del erario.
Las reuniones de trabajo de los titulares de Educación, Salud y Finanzas del gobierno estatal, con la alcaldesa en Huamuxtitlán, expresa el interés de la autoridad municipal de informar de primera mano y cabalidad a sus representados, pero también la inteligencia de coordinar trabajos con la instancia estatal y de esa manera obtener más beneficios para su pueblo.
Y esto es un botón de las rosas hermosas.
La joven abogada Luisa Ayala Mondragón, en Olinalá, también empezó a destacar como alcaldesa desde el primer día de su mandato constitucional.
Un gobierno de todos y para todos, un ayuntamiento de puertas abiertas y buena dosis de sensibilidad fueron de inmediato sus cartas de presentación.
La voz de la ciudadanía, de la cabecera y sus comunidades, recogió el programa de obras, pero también sobresale esa administración municipal por el trabajo de gestoría ante el gobierno del estado.
De Convergencia Democrática, la licenciada Felícitas Muñiz Gómez, alcaldesa en Mártir de Cuilapan y asentada en un polvorín de chocolate, en Apango, enfrenta la ambición de cuatro personajes decididos a vivir a perpetuidad y de gratis del erario, si da a torcer su brazo la "Señora Presidenta", pero ya se vio que nones.
Cuarteta de ex alcaldes que cuatro días antes de fin de año, como bucaneros rurales tomaron el edificio municipal con una sola exigencia, como chamacos de 14 años en carta a los Reyes Majes:
Asumir las direcciones de Obras Públicas, Desarrollo Social y la Tesorería, y que la presidenta fungiera en los hechos como secretaria de Malhechor, Gastar y Basaltar, y del patiño.
La alcaldesa Felícitas los envió al carajo y los dejó en su Castillo de Chocolate como inquilinos incómodos para la población. Ella agarró sus bártulos y alojó el ayuntamiento en un espacio amplio y fresco, donde todos, empleados y ciudadanos, se ven las caras y las manos, pero el trabajo se desarrolla con normalidad y sobre todo prevalece la tranquilidad social.

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