viernes, 22 de octubre de 2010

El baúl

Gustavo Salazar A

Qué hacer con el baúl,
ese que tantas infamias
sepulta a flor del recuerdo,
cuando mi puño
en guerra contra el mundo
resonaba mordaz,
yo era dios, y poco a poco
el viento en el basurero
mis humos deposita;
en lodo el ego vomita,
ignora su perdición.

Imaginé un arco iris
de frescos y sanos sabores,
las voces firmes y las manos
unidas, todas, orondo clamé
para ahogar
en “ríos de leche y miel”
vidas de piedra el pan;
sin ramas el árbol caído
y gotas de vinagre los mares,
los días de mi gloria nubes
de escarnio arropan;
a fantasmal vagancia en pena fui,
y con mi lanza filosa de rencores
presta a mi sombra embestí,
custodio fiel de la esperanza,
corona de telarañas
premian mi vesania.

Pero mi deslumbrante baúl,
que reboza odios, lastre
que arrastra y restriega
una herencia inevitable,
como al hueso la piel,
aviva a fuego lento,
sin expiar mis pecados,
mi secular dolor.

martes, 12 de octubre de 2010

Desamparo

Gustavo Salazar A.

Tanto es el desconsuelo
que resbala ya
de entre los cielos
en agonía la esperanza,
de poquito en poquito,
de golpe luego
nos envuelve en su manto
que nos ata y revienta
en un penar de rabia
por uno mismo acallada,
que absorbe la savia,
reseca la vida,
embriaga los pasos,
la ruta extravía
y el dolor propaga,
es manto de sal
en herida que brota,
crece y en odios anida.

Adormecida la ciudad
en su dolor de fuego,
aspira miedo y exhala
muertos vivientes
como lava que en obeliscos
de oropel petrifica lágrimas;
almas de almas vacuas,
llanto que se esparce
en humo que hiere, es grito
que congela la garganta,
reclusión de la esperanza;
del cielo y la tierra
el desamparo a ultranza.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La Grilla

Gustavo Salazar A

Una larga noche
la tuya, Grilla mía.
Quieta no podías estar,
tu incesante andar sin rumbo
era tu desesperación.
Con la cabeza al cielo
y la mirada en la nada
te sentabas,
pero algo te impulsaba,
una y otra vez y otra vez
y te ponía
a deambular en el camino
que las puertas
el cielo aún no te abría.

Tus ojos blancos
se topan con la mañana,
y tu caminar
como de ebrio arrepentido
se estrella en paredes
y en muebles,
en tu destino
que grita el fin de tus
alegres días al tronar
un pulmón en fatiga.

Te tumbaste cerca de mí,
y a un estrepitoso
estornudo siguió el temblor
de tus patitas,
y ante los azorados ojos
de la Princesa, tu cachorra,
tu cuerpo se tornó ligero
como pluma, como ave,
ya con dientes, ya sin humo
tus “negros y redondos” ojitos,
y sin ronquidos rudos
y sin andar triste
presta al cielo subiste.