viernes, 29 de enero de 2010

La Magnolia

Gustavo Salazar A

Era una vara, alta y de escaso talle,
cabellos cortos y ralos, castaños,
ojos miel embadurnados de rimel,
dientes heridos por el cigarro
y la boca anegada en vitamina be.

Era morena clara, presumía,
y una fiera en brama
a cualquiera hora del día,
era la chavala el alma de la fiesta,
era la fiesta ese y el siguiente día.

Un día agarra su yerba y su bolsa
y se arriesga en un torton de raid.
Iba Guadalajara en busca de amigos,
a los tres días morada de la cara
y por chafiretes rete violada bramaba.

Se tira al sol de la costera en busca
de cura y de su Acapulco golden,
mata de la mera buena, decía.
A La Huerta muy profesional llega
y rebota en La Laja, de chalanes
y broza la reina.

Por año la flota supo nada de Magnolia,
de pila su nombre, hermoso como ella.
Que un padrote le sacó las tripas,
que estaba por mulita en el bote,
que de mojada con los gabachos residía.
Puras habladurías.

Hace pocos meses la encontré en La Comer.
¿Tú eres?, me preguntó.
¡Mangolia! Qué gusto. Radiante la encontré.
Colecciona gatos, todavía se revienta
con los Beatles y los Doors un buen rato
y se recrea con poesía para meditar el huato.

Te dejo, manito. Vengo con mi machín.
Y se aleja con su risa de bocina,
con su mirada limpia y su belleza
de gente buena.

¡Arriba el amor libre y la anarquía!
grita a manera de despedida
ese amor de todos todos los días.

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