jueves, 26 de julio de 2012

Cruces de seda

Gustavo Salazar A

Si ellos roban,
por qué nosotros no,
dice la jefa a subalterna,
socia en pellizco al erario,
al tiempo que juguetea
con mano diestra el Rosario.
No me aparto de él –explica-,
así Dios mis largas manos no vea,
de lo contrario,
mil pesos la penitencia,
tres Horas Santas,
cinco tandas de golpes
en mi hambriento pecho
y al sacerdote unos güisquis
para que se le baje…sí, el coraje.



De esas travesuras al presupuesto,
a sus amigas de copas y cartas
revela que de vez en cuando
los milagros le alegran la vida
sin necesidad de rezos y santos.
Le pegué un mordisquito al erario,
como cada rato mi jefa
y la jefa de mi jefa y así hasta arriba,
para una obra pía:
una alberquita en mi choza,
pero cuando me tiré un clavado
el día de la presumida,
casi muero, quedé mermelada:
¡era letrina!
y en lugar de la manta
que alababa el diseño,
una espada de fuego había:
tú rico postre, cariño,
y ya no insultes al Cielo
adornada con cruces de seda
y cara de estreñida en desvelo.

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