Gustavo Salazar A
Mi ciudad está triste, muy sola;
muda, con la boca cosida con espinas
para que sus alaridos
no huyan a tierra fantasma;
estén como úlcera en la garganta herida,
o en refugio en su íntimo drenaje
en duelo de añoranzas y fantasías.
Entre lamentos y espantos,
y sombras de púrpura vestidas,
la ciudad se apaga
como a Egipto Yahvé con feria de plagas;
el fin de los tiempos,
tiempos sin fin, funestos;
la espalda al Mesías,
el culto a la arrogancia, la culpa.
Si tus palabras son mares, cielo
y montañas, esfuma ya esos males;
la misericordia también
es tu gloria, Jesús,
salvador de los necios mortales
con tu perdón desde la Cruz;
sufres al ver que tu obra sucumbe,
muchas veces ante la furia,
otras con monedas de lumbre.
martes, 3 de mayo de 2011
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