miércoles, 3 de marzo de 2010

La dicha

Gustavo Salazar A

Muy tranquilo dormía,
de un tirón,
un abrir y cerrar
de ojos me deja un tesoro
dueño descubrí.

Las noches habían
sido manoteos y gritos,
sudores y pleitos,
agonía un instante eterno,
un infierno.

Otra noche así, qué dolor.
Le pedí a Dios
un sueño de sosiego
y emprendí el viaje
a ese negro resplandor.

En un breve pestañar
en esa negrura,
tapado como chiquillo
en la cama toda mía,
de pies a los hombros
cubierta, dejando
en la mía caer su mirada,
a mi lado la vi,
y regresé al sueño de paz.

Temprano evoqué mi visión
y di las gracias al Señor
por esa dicha insuperable
de tener a mi madre
de mi inolvidable.

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